Si las democracias hoy tienen un problema es el de la pérdida de poder de las instituciones que rigen sus destinos. Hace ya bastantes años comenzó un fenómeno, que paulatinamente se ha ido agravando y que enviaba el poder a las manos de terceros que quedaban a extramuros de la elección de la ciudadanía. Algunos lo han llamado globalización, pero puede dársele otros nombres o buscar orígenes diferentes.
Con la pérdida de poder la política tradicional cada vez más se ha transformado en un juego de imagen donde los gestos tienen más importancia que los actos. Así la gestión ha pasado a un segundo plano siendo suplantada por una especie de juego que vende como real lo que no es más que humo.
Ese humo siempre formó parte del proceso de elección, pero lo que era propio de las campañas electorales se ha trasladado a momentos donde los poderes del Estado deben ponerse en marcha para resolver los problemas reales. El tema es que no se ponen manos a la obra y los problemas siguen ahí sin resolverse porque ni se puede ni se quiere.
La apertura de la XIII legislatura en España es un ejemplo de ello. Con la de dificultades que tiene hoy España sobre la mesa resulta sangrante que todos los focos mediáticos se hayan centrado en quien saluda a quien o las camisetas que llevan unos u otros.
Así el problema territorial pasa a ser a quien le dan la mano o no a los políticos presos. La irrupción de la extrema derecha se transforma en el saludo de Pedro Sánchez a Santiago Abascal y Ortega Smith. La homofobia, cosa de camisetas que llevan unos diputados. Y así sucesivamente.
Bien harían sus señorías en centrarse de verdad en unos problemas que pueden acabar devorando el país y olvidarse de lo simbólico. Pero por ahora no se ve ningún atisbo de intención de andar por esa difícil senda. Ese es hoy el peligro para nuestra democracia.