En el siglo pasado tras la II Guerra Mundial emergieron dos grandes potencias que basaron sus relaciones internacionales en el conflicto soterrado que lidiaban en su afán por controlar el mundo. EEUU y la URSS desplegaron así una diplomacia con el objetivo final de restar potencia a su rival y ganar en esa carrera tan extraña que se denominó Guerra Fría.
Tras la caída de los soviéticos por su propia auto-implosión parecía que se le abría a los estadounidenses un paraíso de oportunidades más allá de sus fronteras al poder operar con total libertad sin la atenta mirada de su enemigo. Pero nada más lejos de la realidad.
Así EEUU se tuvo que enfrentar a una serie de problemas diseminados por todo el mundo. Cada zona planetaria tenía sus potencias regionales y sus propios conflictos que generaron una división de las fuerzas norteamericanas para dar respuesta a distintos escenarios. Así por ejemplo no era lo mismo proporcionar a la oposición afgana antisoviética suministros en los ochenta a tener que utilizar el propio ejército en el mismo país a principios de este siglo para hallar a un solo hombre tras el atentado de las Torres Gemelas.
Al final tener un solo enemigo mundial no era tan malo. Mientras los EEUU se fueron enfrentado a estos problemas pos-soviéticos emergió poco a poco China en el panorama mundial concretándose hoy tal crecimiento en la presentación de sus credenciales para ser potencia más allá de su área regional de influencia tradicional.
Tras la muerte de Mao y la llegada al poder de Deng Xiaoping el gigante asiático pasó de una economía planificada a una de mercado de carácter mixto al estar dirigida desde el Estado por un solo partido. Se pasó así de la autarquía a la búsqueda del comercio exterior como objetivo primordial estableciendo incluso zonas especiales, como Hong Kong, con el famoso “un país, dos sistemas”.
El capitalismo de Estado llegó así al mundo, convirtiendo a China en el siglo XXI en una economía de mercado donde la adquisición de la propiedad es tan fundamental como en cualquier país con un sistema capitalista total. Este viraje en sus objetivos desde finales de los setenta convirtió al país en unos de los que tuvo mayor crecimiento a finales del siglo pasado.
En los inicios del presente siglo el crecimiento medio anual fue del 10'5%, siendo a finales de la década pasada igual que la suma de la de todos los estados del G7 juntos. Pero eso también tiene sus problemas: la economía china depende mucho de las inversiones en su territorio y de la exportación de sus productos. También gasta mucha energía, lo que provoca que dependa demasiado del carbón y haya rebasado incluso a Estados Unidos como mayor importador de petróleo mundial.
Estos problemas han contribuido a que a partir del 2010 su crecimiento se viera frenado, lo que ha obligado en cierta forma a la nomenclatura china a girar su vista hacia el exterior e intentar convertirse en un actor global con relevancia internacional que mitigue sus debilidades.
Pero esta vez no se iba a utilizar un modelo como los de carácter colonialista tradicional. China iba a basar su política internacional en unos claros ejes para convertirse en potencia mundial con un 'imperialismo amable' que convirtiera su oferta atractiva hacia el país que la recibiera. Así tener una clara influencia comercial, el intercambio mercantil y los préstamos monetarios serían las ofertas. Y otra fundamental: la no intromisión en los asuntos internos del estado asociado.
El Fondo de la Ruta de la Seda, al que EEUU pone tantos reparos, es un buen ejemplo de ello. Pero hay otros: el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) o el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD).
Esta forma de operar es la que ha puesto en práctica para abastece a su deficiente economía de los necesarios hidrocarburos y minerales. En África por ejemplo lleva años desplegando esta estrategia con estados que han sufrido la simple rapiña colonial durante toda su historia.
Presentarse como un socio 'bueno' abre muchas puestas y se las cierra a otros. Negocios y punto. Inversión a cambio de materias primas. No estamos pues ante un nuevo colonialismo, ya que aunque el país donde China ponga sus ojos puede llegar a depender demasiado de su dinero lo cierto es que todavía no se han inmiscuido lo más mínimo en temas políticos de terceros.
China, siendo hoy ya segunda potencial mundial, tiene el mismo problema que otras potencias a lo largo de la historia para consolidar su crecimiento e iniciar una carrera en serio frente a EEUU (todavía capaz de frenar proyectos chinos como el Tratado Transpacífico que le cerró muchos mercados). Este es de carácter interno y se abre en un abanico de dificultades y contradicciones que tendrá que enfrentar.
China consume hoy o más que produce y eso, aunque la tasa de ahorro sea de las más altas (45%), si sigue aumentado puede provocar la desaparición de su fortaleza exportadora aunque eso se vea para un futuro muy lejano (el proceso comenzó en 2007 cuando el gasto en consumo superó al inversor).
Otro tema son los estructurales propios de cualquier lugar con capitalismo avanzado y maduro, como sería el paro. Aunque por ahora eso se haya podido solventar con la emigración, que además es positiva por el envío de divisas al país, nos encontramos ante una nueva forma de dependencia externa: ¿qué ocurrirá cuando esa mano de obra no sea necesaria fuera no compense salir del país por cualquier crisis mundial? Ciertamente la tasa del desempleo desde que empezó el siglo no ha rebasado nunca el 5%, pero ese porcentaje en un país de mil millones de personas no es algo fácil de solventar.
Por otro lado las fuerza de las exportaciones chinas se basan en buena medida en su mano de obra barata, que en muchas ocasiones puede ser tildada incluso de esclava. Cuando esa clase trabajadora comience a pedir sus derechos (Tiananmén fue un poco de eso) y los logren es bastante previsible que los costes aumenten y el producto chino deje de tener su atractivo en el precio. Esto puede hacer peligrar la fortaleza exportadora.
Y todo eso sin contar que el total control que ejerce hoy el Partido Comunista no tiene por qué ser eterno e indiscutible si hay una presión de la ciudadanía para lograr libertades políticas. El socialismo al final tenía una parte ideológica que justificaba su existencia en el horizonte de una sociedad futura perfecta y equitativa. Pero ahora los dirigentes chinos no pueden blandir esa idea ante los suyos. Resulta curioso que con Xi Jinping como líder se haya retirado la obligatoriedad de que el buro político y el liderazgo deba ser traspasado a terceros cada cierto tiempo. Eso dice mucho de la perspectiva que sobre el poder y su conservación tiene la actual élite. Gobernar el país como una finca en propiedad puede resultar contraproducente.
Así que siendo cierto que las perspectivas dicen que China puede convertirse en una potencia mundial no lo es menos que hacer de futurólogo en estos temas debe hacerse desde la prudencia. Lo logrará si EEUU es incapaz de frenarla desde fuera y si sabe solventar con maestría los indudables problemas internos que atesora y que podrían frenar su ímpetu para ese fin.